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Emociones y alimentación: lo que nadie te dice sobre esta conexión invisible

Alimentacion

Una noche cualquiera, después de un día particularmente difícil y estresante, llegué a casa triste y la mente acelerada. Lo único que quería era sentir alivio.

Abrí la nevera y vi muchos ingredientes saludables: verduras y frutas frescas, aceitunas, un poco de pescado… pero todos necesitaban preparación. En ese momento no tenía ni la energía ni la paciencia para cocinar.

Entonces, sin pensarlo mucho, tomé el celular y pedí una pizza gigante de la pizzería de al lado. Gruesa, con doble queso y bordes rellenos. Quince minutos después ya estaba comiéndola directo de la caja, de pie frente al mesón de la cocina.

Me sabía bien. Pero mientras la masticaba, me invadía una extraña mezcla de alivio y resignación. No era culpa exactamente, era más bien una sensación de desconexión: ¿por qué, si tengo alimentos que nutren mi cuerpo, elijo justo lo contrario cuando más lo necesito?

Fue tiempo después, estudiando nutrición, que entendí lo que en realidad pasaba. Y comprendí algo que ahora repito con convicción:

Comer no es simplemente una necesidad física. Es también una experiencia profundamente emocional y psicológica. Desde pequeños, hemos asociado ciertos alimentos con placer, protección o consuelo. Así como un abrazo puede calmarte, un helado o un pedazo de pan caliente puede darte, por un momento, esa misma sensación de refugio.

Pero ¿qué ocurre biológicamente cuando recurrimos a la comida como escape emocional?

El circuito de recompensa y la química cerebral

Cuando sentimos tristeza, estrés o ansiedad, el cuerpo entra en modo de “alarma”. El cortisol, conocido como la hormona del estrés, se eleva, lo que puede desencadenar un deseo urgente por alimentos ricos en azúcar, grasa o sal. Esto se debe a que:

  • La dopamina, una de nuestras principales hormonas del placer, se libera cuando comemos esos alimentos, dándonos una sensación inmediata de alivio o bienestar.
  • Al mismo tiempo, comer algo sabroso activa el circuito de recompensa en el cerebro, reforzando ese comportamiento: si una vez te hizo sentir mejor, tu cerebro lo va a recordar para la próxima vez que te sientas igual.

Esto es clave: tu cerebro aprende a buscar alivio en la comida, no nutrición.

Hambre emocional vs hambre real

Muchas veces confundimos hambre física con hambre emocional. El hambre real aparece de forma gradual, se siente en el estómago, y puede ser satisfecha con casi cualquier comida. La emocional, en cambio, aparece de repente, se enfoca en un alimento específico (como pizza, chocolate o helado), y no se satisface fácilmente. Incluso después de comer, puedes sentir culpa, cansancio o vacío.

Ese círculo vicioso puede comenzar a repetirse con más frecuencia si no lo reconocemos a tiempo.

El rol del trauma y las emociones no procesadas

Las emociones no expresadas —como tristeza, culpa, frustración o abandono— no desaparecen. Se quedan en el cuerpo, en forma de tensiones, bloqueos o incluso hábitos alimenticios compulsivos. Muchos estudios han demostrado que personas con traumas emocionales, especialmente en la infancia, tienen más riesgo de desarrollar trastornos alimentarios o adicciones a ciertos tipos de comida.

Comer puede ser una forma inconsciente de evitar sentir. Pero esa solución es momentánea, y lo que queda después suele ser más desconexión con el cuerpo, menos energía y más frustración por haber “fallado” otra vez.

Tus neurotransmisores también influyen en tus decisiones

Además de la dopamina y el cortisol, hay otros neurotransmisores que influyen en tu relación con la comida:

  • GABA: te ayuda a relajarte. Si tienes bajos niveles, puedes sentirte ansiosa e irritable, buscando comida para calmarte.
  • Serotonina: regula el estado de ánimo y el apetito. Si está baja, puedes experimentar tristeza o ansiedad, y tener antojos intensos de carbohidratos.
  • Oxitocina: la “hormona del amor”. Cuando hay carencia de conexión emocional, muchas personas intentan compensarlo con alimentos reconfortantes.
  • Acetilcolina: ligada al enfoque y la motivación. Su desequilibrio puede llevar a tomar decisiones impulsivas que después se lamentan.

Cuando uno de estos sistemas está desequilibrado, tus decisiones no vienen del amor propio, sino del instinto de sobrevivencia emocional. Y eso no es debilidad, es biología.

No se trata solo de lo que eliges comer. Se trata de lo que aún no has podido digerir emocionalmente.

Una alimentación verdaderamente saludable no empieza en el plato, sino en la mente… y en el corazón. El libro “The Food-Mood Connection” explica cómo sanar la relación con la comida implica mirar más allá de los nutrientes, y atender las heridas invisibles que muchas veces nos impulsan a comer por ansiedad, tristeza o desconexión. Estas son algunas de las prácticas más poderosas que pueden ayudarte a construir una base emocional estable, sobre la cual elegir alimentos con conciencia y amor.

1. Sanar traumas emocionales con EFT (Emotional Freedom Technique)

Muchas veces comemos impulsivamente no por hambre real, sino por heridas no resueltas que siguen activas en nuestro sistema nervioso. El cuerpo recuerda, incluso cuando la mente quiere seguir adelante.

El EFT (Tapping) es una técnica de liberación emocional que combina puntos de acupresión con frases de afirmación. Al estimular ciertos meridianos energéticos del cuerpo mientras se trabaja una emoción concreta (ansiedad, culpa, tristeza, miedo), se puede reducir significativamente la carga emocional.

¿Cómo se usa?
Cuando sientas esa urgencia de comer por ansiedad, en lugar de ir directo al refrigerador, intenta detenerte y hacer una ronda de EFT. No necesitas más de 5 minutos. Existen muchas guías y videos gratuitos.
No se trata de “controlarte”, sino de escucharte con compasión.

2. Soltar el resentimiento con Perdón Efectivo

Guardar resentimiento, culpa o vergüenza puede ser tan inflamatorio como una mala dieta. Estas emociones afectan la salud hormonal, inmunológica y metabólica. El resentimiento es como revivir un dolor emocional una y otra vez. Perdonar no es justificar lo que ocurrió, sino soltar el peso que te enferma desde adentro. Es un regalo de sanación que te haces a ti misma.

¿Cuántas veces te has sentido atrapada en ciclos autodestructivos después de haberte fallado a ti misma?

Este proceso te guía paso a paso:

  1. Haz una lista de todos los miedos, resentimientos y emociones atrapadas.
  2. Relájate profundamente y conecta con tu cuerpo.
  3. Revive la experiencia con conciencia, sin reprimirla.
  4. Hazte preguntas clave:
    • ¿Qué puedo aprender de esto?
    • ¿Qué regalo me dejó esta experiencia?
    • ¿Puedo ver al otro con compasión, sin justificar?
    • ¿Estoy lista para liberarlo y soltar?

Estudios han demostrado que prácticas como esta, combinadas con respiración consciente reducen la ansiedad y cambian tu química cerebral. Si te comprometes con el proceso, tu cuerpo y tu mente lo sentirán.

Aprender a perdonarte por tus decisiones alimentarias del pasado —por las dietas fallidas, por los atracones, por los días que no te cuidaste— es parte del proceso.
Gabuccino no cree en la perfección, sino en el proceso. Cada elección amable contigo misma es una semilla de bienestar a largo plazo.

3. Encuentra un propósito que vaya más allá del número en la balanza

Cuando tu único objetivo es perder peso o “comer bien”, es fácil caer en ciclos de frustración y autoexigencia. Pero cuando comes para sentirte fuerte, para estar presente con tus hijos, para cumplir tu propósito, para crear y servir desde un lugar de plenitud, entonces todo cambia.

La motivación más poderosa no nace del miedo ni del rechazo hacia tu cuerpo, sino del amor por lo que quieres construir con él.

El propósito le da sentido al autocuidado. En Gabuccino, cada postre nace de ese deseo: mostrar que comer saludable puede ser delicioso y profundamente satisfactorio. Es una forma de honrar el cuerpo sin castigar el alma.

4. Vigila tus pensamientos como si cuidaras de una planta delicada

La vigilancia mental es la práctica de observar tu diálogo interno con atención y amor. No se trata de juzgarte cada vez que piensas “soy un desastre, no puedo comer bien”, sino de detectar esas frases como alertas de un sistema de creencias que necesita sanar.

Cambia “tengo que comer sano” por “elijo nutrirme con amor”.
Cambia “esto me engorda” por “esto me da energía” o “esto me hace sentir bien”.

La forma en la que te hablas transforma tu química interna. No lo subestimes. Sanar tu relación con la comida es también un camino de sanar la relación contigo misma. Es un viaje hacia más conciencia, más amor propio, más libertad.

Este artículo fue elaborado con información y herramientas extraídas del capítulo 11 del libro The Ultimate Nutrition Bible de Matt Gallant y Wade T. Lightheart.

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